viernes, 23 de abril de 2010

Día mundial del Libro



El libro que me han regalado hoy es Cuentos de Eva Luna de Isabel Allende, escritora a la que admiro desde que leí La casa de los espíritus.


CLARISA


Clarisa nació cuando aún no existía la luz eléctrica en la ciudad, vio por televisión al primer astronauta levitando sobre la superficie de la luna y se murió de asombro cuando llegó el Papa de visita y le salieron al encuentro los homosexuales disfrazados de monjas. Había pasado la infancia entre matas de helechos y corredores alumbrados por candiles de aceite. Los días transcurrían lentos en aquella época. Clarisa nunca se adaptó a los sobresaltos de los tiempos de hoy, siempre me pareció que estaba detenida en el aire color sepia de un retrato de otro siglo. Supongo que alguna vez tuvo cintura virginal, porte gracioso y perfil de medallón, pero cuando yo la conocí ya era una anciana algo estrafalaria, con los hombros alzados como dos suaves jorobas y su noble cabeza coronada por un quiste sebáceo, como un huevo de paloma, alrededor del cual ella enrollaba sus cabellos blancos. Tenía una mirada traviesa y profunda, capaz de penetrar la maldad más recóndita y regresar intacta. En sus muchos años de existencia alcanzó fama de santa y después de su muerte muchos tienen su fotografía en un altar doméstico, junto a otras imágenes venerables, para pedirle ayuda en las dificultades menores, a pesar de que su prestigio de milagrera no está reconocida por el Vaticano y con seguridad nunca lo estará, porque los beneficios otorgados por ella son de índole caprichosa: no cura ciegos como Santa Lucía ni encuentra marido para las solteras como San Antonio, pero dicen que ayuda a soportar el malestar de la embriaguez, los tropiezos de la conscripción y el acecho de la soledad. Sus prodigios son humildes e improbables, pero tan necesarios como las aparatosas maravillas de los santos de catedral.

La conocí en mi adolescencia, cuando yo trabajaba como sirvienta en casa de La Señora, una dama de la noche, como llamaba Clarisa a las de ese oficio. Ya entonces era casi puro espíritu, parecía siempre a punto de despegar del suelo y salir volando por la ventana. Tenía manos de curandera y quienes no podían pagar un médico o estaban desilusionados de la ciencia tradicional esperaban turno para que ella les aliviara los dolores o los consolara de la mala suerte. Mi patrona solía llamarla para que le aplicara las manos en la espalda. De paso, Clarisa hurgaba en el alma de La Señora con el propósito de torcerle la vida y conducirla por los caminos de Dios, caminos que la otra no tenía mayor urgencia en recorrer, porque esa decisión habría
descalabrado su negocio. Clarisa le entregaba el calor curativo de sus palmas por diez o quince minutos, según la intensidad del dolor, y luego aceptaba un jugo de fruta como recompensa por sus servicios. Sentadas frente a frente en la cocina, las dos mujeres charlaban sobre lo humano y lo divino, mi patrona más de lo humano y ella más de lo divino, sin traicionar la tolerancia y el rigor de las buenas maneras. Después cambié de empleo y perdí de vista a Clarisa hasta un par de décadas más tarde, en que volvimos a encontrarnos y pudimos restablecer la amistad hasta el día de hoy, sin hacer mayor caso de los diversos obstáculos que se nos interpusieron, inclusive el de su muerte, que vino a sembrar cierto desorden en la buena comunicación.

Aun en los tiempos en que la vejez le impedía moverse con el entusiasmo misionero de antaño, Clarisa preservó su constancia para socorrer al prójimo, a veces incluso contra la voluntad de los beneficiarios, como era el caso de los chulos de la calle República, quienes debían soportar, sumidos en la mayor mortificación, las arengas públicas de esa buena señora en su afán inalterable de redimirlos. Clarisa se desprendía de todo lo suyo para darlo a los necesitados, por lo general sólo tenía la ropa que llevaba puesta y hacia el final de su vida le resultaba difícil encontrar pobres más pobres que ella. La caridad se convirtió en un camino de ¡da y vuelta y ya no se sabía quién daba y quién recibía.

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Exposición de Ana Cuéllar






Ana Cuéllar, compañera y amiga, es una incansable pintora que derrocha energía y la plasma en sus obras. Esta primera exposición El movimiento de los colores en el espacio muestra trece obras de imágenes sugerentes.

Desde aquí quiero darle la enhorabuena y desearle que el camino sea largo y muy grato.

domingo, 18 de abril de 2010

Stoa. Revista de filosofía


En enero nació la revista Stoa, una pubicación del Instituto de Filosofía de la Universidad Veracruzana que pretende servir de foro de diálogo y discusión entre especialistas y académicos provenientes de la filosofía o de otros ámbitos del saber que acerquen sus inquietudes a la pregunta filosófica.


Según leo, Stoa será una publicación semestral que acepta contribuciones provenientes de todo el mundo pero con especial referencia a Iberoamérica. Sus intereses abarcan cuestiones de filosofía en general con amplitud de contenidos y perspectivas pero con rigurosidad en su tratamiento.


Deseo a todos los que se han embarcado en esta tarea mucho éxito. Iniciativas como ésta hacen que nos acerquemos a la ciencia de la verdad.



La filosofía es un silencioso diálogo del alma consigo misma en torno al ser.
Platón

sábado, 17 de abril de 2010

Andrés Neuman. Premio de la Crítica 2010


El viajero del siglo


¿Tie-ne frí-o-o?, gritó el cochero con la voz entrecortada por los saltos del carruaje. ¡Voy bie-e-en, gra-cias!, contestó Hans tiritando.
Luciérnagas desenfocadas, los faroles se agitaban al ritmo del galope. Las ruedas escupían barro. A punto de partirse, los ejes se torcían en cada bache. Los caballos inflamaban las mandíbulas, despedían nubes por las bocas. Sobre la línea del horizonte rodaba una luna opaca.
Hacía rato que Wandernburgo se dibujaba a lo lejos, al sur del camino. Pero, pensó Hans, como suele pasar al final de una jornada agotadora, aquella pequeña ciudad parecía desplazarse con ellos. Encima de la cabina el cielo pesaba. Con cada latigazo del cochero el frío se envalentonaba y oprimía el contorno de las cosas. ¿Fal-ta-a mu-cho?, preguntó Hans asomando la cabeza por la ventanilla. Tuvo que repetir dos veces la pregunta para que el cochero saliera de su ruidosa atención y, señalando con la fusta, exclamase: ¡Ya-a lo ve us-te-e-ed! Hans no supo si eso significaba que faltaban pocos minutos o que nunca se sabía. Como era el último pasajero y no tenía con quién hablar, cerró los ojos para descansar la vista.




El viajero del siglo que fue la novela galardonada con el Premio Alfaguara 2009, ha sido elegida ganadora de uno de los premios literarios más prestigiosos de España, el Premio de la Crítica, estos premios son concedidos cada año por la Asociación Española de Críticos Literarios (AECL).

La novela transcurre en una pequeña ciudad alemana durante los años posteriores a la caída de los ejércitos napoleónicos. A pesar de que el viajero Hans tiene intención de pasar sólo una noche en Wardernburgo, termina quedándose mucho más tiempo. Una de las razones es, por supuesto, el amor. Cae presa de los encantos de Sophie Gottlieb, una antipática y libertina chica culta que organiza una especie de club de debates donde se habla principalmente de literatura.

Andrés Neuman
nació en 1977 en Buenos Aires. Es español y vive en Granada desde los 14 años. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, donde ha sido profesor de literatura hispanoamericana. Actualmente es columnista en el suplemento cultural del diario Abc, en el diario Ideal de Granada y en Sur de Málaga. Mediante una votación convocada por el Hay Festival, fue elegido entre los más destacados jóvenes autores nacidos en Latinoamérica, siendo incluido en la selección Bogotá-39. A los 22 años publicó su primera novela, Bariloche (Anagrama, 1999, reeditada en bolsillo en 2008), que fue Finalista del Premio Herralde y elegida entre las diez mejores del año por El Cultural del diario El Mundo. Sus siguientes novelas fueron La vida en las ventanas (Espasa-Calpe, 2002, Finalista del Premio Primavera) y Una vez Argentina (Anagrama, 2003).

También es autor de relatos como Todos mis cuentos (Lumen 2000), El que espera (Anagrama, 2000), El último minuto (Espasa, 2001), Alumbramiento (Páginas de Espuma, 2006).

Como poeta ha publicado Métodos de la noche (Hiperión, 1998), Alfileres de luz Universidad de Granada, 1999), El jugador de billar (Pre-Textos, 2000), El tobogán Hiperión, 2002), La canción del antílope (Pre-Textos, 2003) y Gotas negras (Plurabelle, 2003).


El País

jueves, 15 de abril de 2010

Colours I. Exposición de Carlos Guerra

Carlos Guerra Turiso expone en el Teatro Principal de Burgos, desde el 22 de abril hasta el 9 de mayo.


COLOURS I intenta localizar una curiosidad visual, empleando para ello una terapia de colores amplia y definida mediante un estilo propio que este autor ha ido cultivando a lo largo de las fotografías que componen la presente muestra. R-evolución











Es mi pasión: saturar los colores primarios sin ningún tipo de cambio, simplemente conseguir ese efecto Velvia tradicional buscado en la naturaleza de aquellos que procedemos del carrete tradicional.


Cubrí con flores
Aquella caligrafía
De trazos rectos.

Unas gotas de luna
Cayeron en mi mano,
Los vientos húmedos
Acercaron el perfil del silencio
Hasta mi rostro.
El espacio vacío
Se llenó con los sueños,
La ausencia
Vagó en la quietud
Del amanecer,
Y encontré indicios
En la voz del aire.

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