lunes, 6 de diciembre de 2010

Poemas de Luis Alberto de Cuenca



Elogio de la poesía

La vida es prosa más o menos aburrida,
pero no siempre ha sido tan tediosa y prosaica.
En el alba imprecisa de nuestro origen hubo,
primero, una voz recia que evocaba las gestas
del caudillo del clan; luego, otra voz más íntima
y dulce que, al compás de la lira, cantaba
el amor, subrayando su plenitud, o el odio
que inspira la traición, o el cruel desengaño.
Y esas voces traían a la vida promesas
de olvido y deshacían los hielos del invierno
al ritmo del bastón de mando del chamán
en los fuegos de campamento de la tribu.
Y esas voces fundaban un jardín de palabras
hermosas en el centro del desierto silente
del mundo, una floresta de color y belleza
que, como un cáncer, iba destruyendo, implacable,
el bosque sin memoria de nuestra soledad,
haciéndonos más libres, más hondos y más sabios.





La llamada


La noche había sido muy larga y muy oscura.
Quería oír tu voz. Que tus dulces palabras
me trajeran un poco de calma. Que el cariño
que sentías por mí viajara por teléfono
hacia mi corazón maltrecho y derrotado.
Quería oír tu voz y oí la de tu amante.





De tanto amarte y tanto no quererte

De tanto amarte y tanto no quererte
te has cansado de mí y de mis locuras
y le has prendido fuego a nuestra historia.
Tu ropa no perfuma ya la casa.
No queda una palabra de cariño
suspendida en el aire, ni una hebra
de azabache en la almohada. Sólo flores
secas entre las páginas del libro
de nuestro amor, y cálices de angustia,
y un delirio de sombras en la calle.


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Cubrí con flores
Aquella caligrafía
De trazos rectos.

Unas gotas de luna
Cayeron en mi mano,
Los vientos húmedos
Acercaron el perfil del silencio
Hasta mi rostro.
El espacio vacío
Se llenó con los sueños,
La ausencia
Vagó en la quietud
Del amanecer,
Y encontré indicios
En la voz del aire.

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