miércoles, 30 de julio de 2008

El niño con el pijama de rayas


Cuando hace algunos meses leí El niño con el pijama de rayas no imaginé el éxito que ha alcanzado ya que me pareció una novela muy sencilla en su forma y estilo, y algo simple. Hoy, me sigo sorprendiendo porque leo en el periódico que la película sobre el libro de John Boyne será presentada fuera de concurso en el Festival de San Sebastián.

La mayor virtud de la novela es el recordarnos el tema doloroso del holocausto nazi que a veces olvidamos. Lo novedoso radica en que esa tragedia humana se ofrece desde la perspectiva de un niño de nueve años. Bruno es incapaz de comprender el dolor que vive su amigo y los que visten con pijama de rayas.

La novela de John Boyne, con más de tres millones de ejemplares vendidos, se ha convertido en un fenómeno literario traducido a 35 idiomas. Su autor dice no explicarse el éxito del libro y afirma "Me ha cogido de sorpresa, más en países como España, donde se ha vendido más de un millón de ejemplares y sigue en las listas".

La película, dirigida por Mark Herman y producida por David Heyman (productor de Harry Potter) tiene el éxito casi asegurado.


Unos seis metros más allá del jardín y las flores y el banco con la placa, todo cambiaba: paralela a la casa discurría una enorme alambrada, con la parte superior inclinada hacia dentro, que se extendía en ambas direcciones hasta más allá de donde alcanzaba la vista. Era una alambrada muy alta, incluso más que la casa donde se hallaban los niños, y estaba sostenida por gruesos postes de madera, como los de telégrafos, repartidos a intervalos. En lo alto, gruesos rollos de alambre de espino enredados formaban espirales. Gretel sintió un escalofrío al ver las afiladas púas.
Detrás de la alambrada no crecía hierba; de hecho, a lo lejos no se veía ningún tipo de vegetación. El suelo parecía de arena, y Gretel sólo vio pequeñas cabanas y grandes edificios cuadrados, separados entre ellos, y una o dos columnas de humo a lo lejos. Abrió la boca para decir algo, pero no encontró palabras para expresar su sorpresa, así que hizo lo único sensato que se le ocurrió: volver a cerrarla.

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Cubrí con flores
Aquella caligrafía
De trazos rectos.

Unas gotas de luna
Cayeron en mi mano,
Los vientos húmedos
Acercaron el perfil del silencio
Hasta mi rostro.
El espacio vacío
Se llenó con los sueños,
La ausencia
Vagó en la quietud
Del amanecer,
Y encontré indicios
En la voz del aire.

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