martes, 6 de octubre de 2009

La soledad de los números primos



"Escribir me satisface, pero el acto de escribir, no. Me cansa mucho. Es simplemente trabajo. Pero pensar que soy un tipo que escribe me gusta. La idea de que soy un escritor es la mejor idea que he tenido jamás. De hecho, tuve esa idea durante cuatro o cinco años sin escribir una sola línea. Fui un escritor sin obra, pero la mar de orgulloso de mi trabajo, durante muchos años”.

Paolo Giordano, licenciado en Física Teórica, obtuvo el premio Strega 2008 con su primera novela La soledad de los números primos. Este joven escritor italiano ha logrado que su ópera prima haya alcanzado un gran éxito de ventas y haya sido traducida a treinta idiomas. La obra tiene un claro componente autobiográfico y va dedicada a una amiga del colegio " porque juntos tenían una relación parecida a la de los personajes". El autor se siente muy identificado con Mattia y lo reconoce como una "versión extrema de él mismo".




La soledad de los números primos narra la conmovedora historia de Alice y Mattia, dos jóvenes cuyas vidas han sido marcadas por desgraciados acontecimientos. Ella, por ejemplo, sufrió un grave accidente cuando esquiaba y además padece anorexia, y Mattia vive atormentado por la culpa de no haber sabido cuidar a su hermana melliza, quien desapareció en un parque. Ambos guardan un secreto que les atormenta, pero ninguno de los dos es conocedor del secreto del otro. Su relación de amistad comieza a los quince años y juntos evolucionan hasta la madurez. Los dos son personalidades solitarias y complejas y por ello se relacionan de una forma especial, la misma que tienen los llamados números primos gemelos, aquellos contiguos pero que nunca llegan a tocarse porque están separados por un número par, como el 17 y el 19.



Son números solitarios, sospechosos, y por eso encantaban a Mattia, que unas veces pensaba que en esa serie figuraban por error, como perlas ensartadas en un collar, y otras veces que también ellos querrían ser como los demás, números normales y corrientes, y que por alguna razón no podían.


Vivían la lenta e invisible compenetración de sus respectivos universos, eran como dos astros que gravitasen alrededor de un mismo eje en órbitas cada vez más próximas y cuyo destino era colisionar en algún punto del espacio y el tiempo.


Bien sabía lo que tenia que hacer; volver con ella y sentarse a su lado, cogerle la mano y decirle que no tenía que haberse ido, y besarla, besarla una y otra y otra vez, hasta que no pudieran dejar de besarse. Ocurría en las películas y ocurría en la vida real, todos los días. La gente no perdía el tiempo, se aferraba a unas pocas casualidades y fundaba sobre ellas su existencia(...).

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Cubrí con flores
Aquella caligrafía
De trazos rectos.

Unas gotas de luna
Cayeron en mi mano,
Los vientos húmedos
Acercaron el perfil del silencio
Hasta mi rostro.
El espacio vacío
Se llenó con los sueños,
La ausencia
Vagó en la quietud
Del amanecer,
Y encontré indicios
En la voz del aire.

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