martes, 11 de noviembre de 2008

Carlos Fuentes


Estos párrafos iniciales de la última novela publicada por el escritor mexicano Carlos Fuentes, La voluntad y la fortuna (Alfaguara 2008) sirven para recordarlo en su 80 cumpleaños.

La obra es una radiografía actual de un país sangriento que se enfrenta al difícil desafío de la violencia. Es una novela narrada por la cabeza cortada de Josué Nadal, que cuenta sus picarescas hazañas junto a su amigo Jericó. Algo así como una narración en la que la tragedia queda siempre teñida de melodrama: "Y el melodrama es una comedia sin risa, algo de lo que no te atreves a reírte".

"De una novela me interesa menos lo que cuenta que lo que sugiere. Me gusta que haya siempre una herida por la que sangre. Es lo que la hace humana".

Cabeza Cortada

De noche, el mar y el cielo son uno solo y hasta la tierra se confunde con la oscura inmensidad que lo envuelve todo. No hay resquicios. No hay cortes. No hay separaciones. La noche es la mejor representación de la infinitud del universo. Nos hace creer que nada tiene principio y nada, fin. Sobre todo si (como sucede esta noche) no hay estrellas.

Aparecen las primeras luces, y la separación se inicia. El océano se retira a su propia geografía, un velo de agua que oculta las montañas, los valles, los cañones marinos. El fondo del mar es una cámara de ecos que jamás llegan hasta nosotros, y menos hasta mi, esta madrugada.
Sé que el día va a derrotar esta ilusión. Y si ya nunca más amaneciese, ¿entonces, qué? Entonces creeré que el mar se ha robado mi figura.

El Pacífico es ahora un océano en verdad calmado, blanco como un gran tazón de leche. Es que las olas le han avisado que la tierra se aproxima. Yo trato de medir la distancia entre dos olas. ¿O será el tiempo lo que las separa? ¿No la distancia? Contestar esta pregunta resolvería mi propio misterio. El océano es imbebible, pero nos bebe. Su suavidad es mil veces mayor que la de la tierra. Pero sólo escuchamos el eco, no la voz del mar. Si el mar gritase, todos estaríamos sordos. Y si el mar se detuviese, todos moriríamos. No hay mar quieto. Su movimiento perpetuo le da el oxígeno al mundo. Si el mar no se mueve, nos ahogamos todos. No la muerte por agua, sino por asfixia...

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Cubrí con flores
Aquella caligrafía
De trazos rectos.

Unas gotas de luna
Cayeron en mi mano,
Los vientos húmedos
Acercaron el perfil del silencio
Hasta mi rostro.
El espacio vacío
Se llenó con los sueños,
La ausencia
Vagó en la quietud
Del amanecer,
Y encontré indicios
En la voz del aire.

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